La violencia sostiene estructuralmente el poder, basado en la imposición y la fuerza para construir el “consenso”. Esta conducta convierte al hombre en un instrumento de violencia, afectando a mujeres, niños y minorías. La violencia socialmente construida se normaliza en el estado y la sociedad, permeando comunidades y familias, independientemente de su condición socioeconómica: es una piel dolor que lo cubre todo. Extinguir esta violencia y transformar el poder implica cambiar los valores y dogmas del sistema. El desafío es develar la violencia contra los vulnerables y construir una humanidad incluyente y solidaria. ¿Será posible esa utopía?